El ser humano antes de cualquier cosa y sobre cualquier cosa es un ser sagrado. La sacralidad de la vida es su esencia, su principio y su fin. Lo que nos hace “humanos” son nuestras imperfecciones, sin ellas seríamos seres perfectos, acaso ángeles y por ende, dejaríamos de ser lo que somos. Seres llenos de carencias, vicios y debilidades. Lo que hace sagrada nuestra existencia es la conciencia de esta imperfección y la lucha por superarla.
Es por ello que el Ser Humano desde el principio de los tiempos lucha permanentemente por zafarse de las inexorables cadenas del mundo material que nos condenan a las leyes de la gravedad de la materia, es decir a la corrupción. En efecto, más allá del simbolismo esotérico de la corrupción espiritual, los seres humanos terminamos corrompiéndonos materialmente después de la muerte. Nuestros cuerpos se “degradan”, se descomponen, se corrompen.
Desde los tiempos más remotos los seres concientes, aquellos que han superado los placeres y los deseos del mundo material, incuestionablemente han buscado la TRASCENDENCIA ESPIRITUAL DE LA EXISTENCIA.
En efecto, muchas personas nacen, crecen y mueren en el mundo inmediato material. Tener, poseer, comprar y disfrutar es su único propósito existencial. Sin embargo, aquellas almas, aquellas conciencias que se han desprendido del espejismo del mundo material y que han puesto su inteligencia y su sensibilidad en la búsqueda para “evadir” su aparente e inexorable destino que los condena a desaparecer a partir de la corrupción material.
Aquellos que creen y tratan de trascender el plano material y limitado de la existencia a través del desarrollo espiritual a partir de sus limitaciones materiales. Esas personas, desde Zoroastro en Persia, Akenatón en Egipto, Krisna en la India, Quetzalcóatl en el Anáhuac, hasta personas como Gandhi o la Madre Teresa en nuestros tiempos, han señalado un camino luminoso en la búsqueda de un destino Humano.
La lucha entre el día y la noche, entre el calor y el frío, entre el arriba y el abajo, entre las fuerzas que exaltan y elevan el Espíritu y las fuerzas que degradan y hunden a la materia, ES ETERNA. En medio de estas dos fuerzas los seres humanos, las familias y los pueblos van evolucionando de manera espiral; a veces hacia arriba y a otras hacia abajo, pero nunca linealmente.
La sacralidad humana consiste precisamente en darle un significado espiritual a nuestra existencia. Los seres humanos requieren para vivir de valores, principios y significados, que le permitan a la existencia darle un elevado sentido. Pues no somos piedras, pasto o un tornillo más en una maquina. En nosotros vive el inconmensurable misterio del ESPÍRITU. Esa pequeña partícula divina que nos integra a todo y nos hace parte del TODO. La maravilla de Ser Humano no radica en el espejismo del “mundo material inmediato”. Solamente los ciegos del espíritu no ven más que objetos “constantes y $onantes” en su existencia.
Pero lo más maravilloso de todo esto es que en nosotros existe otro universo, tan grande y desconocido como el que atestiguamos con los sentidos. Esa partícula divina que habita en lo más profundo de nuestro ser también le da razón de ser a nuestro “universo interior”.
En efecto, la efímera materia que nos contiene, al ser “tocada por la conciencia del Espíritu”, diviniza nuestro ser material. De manera que “nuestro cuerpo” se vuelve el Templo de Dios. Es aquí donde a través del misterio del Espíritu nuestra efímera y limitada materia se convierte en la casa de Dios y el misterio de la vida humana, lejos de ser de carácter “científico-material-dialéctico” es eminentemente “sagrado-espiritual-místico”.
La vida, de esta manera, se convierte en la oportunidad de decantar nuestro espíritu a través de la materia. Sea esta el “cuerpo-material-efímero” que contiene a la “conciencia-Espíritu-trascendente”, en medio de un mundo material que solo es un espejismo, pues a fin de cuentas “la materia” esta constituida íntimamente por átomos y estos a su vez se constituyen de energía.
La enseñanza ha sido siempre la misma desde los remotos tiempos de los egipcios, persas o toltecas. El misterio de la vida es solo uno, por múltiples formas en que se presenta en el devenir histórico a través de las civilizaciones y religiones. El Espíritu es TRASCENDENTE y el cuerpo humano es el TEMPLO donde espera temporalmente su reunificación con DIOS, mientras se desarrolla “la batalla florida” por hacer florecer su espíritu.
Sin embargo, estamos viviendo los tiempos más difíciles de “esta humanidad”, de este Sol dirían los Viejos Abuelos. Las poderosas fuerzas que guían a la materia a su destrucción se están apoderando del mundo. Los adoradores del culto al “becerro de oro”, hoy como nunca en la historia de la humanidad, tienen la información, el poder militar y financiero. Nunca antes había poseído el control global y sobre todo “los medios masivos de información” para conectarse directamente con cada uno de las personas de este planeta. No solo penetrando sus casas, familias, habitaciones más íntimas, sino llegando a su cerebro y especialmente a su espíritu.
Todos los días, poco a poco, lentamente, de manera subliminal, grotesca o violentamente, se van apoderando de las conciencias, hasta EMBRUTECERLAS Y ENAJENARLAS, hasta neutralizarlas y despojarlas de su esencia HUMANA. Las personas estamos perdiendo el sentido sagrado y espiritual de la vida, del mundo y de nosotros mismos. “Nosotros mismos como personas, familias y sociedad”. Estamos naufragando en un mundo económico-consumista, que día a día se aleja y se encarece más y más. Nada nos alcanza, nada nos satisface, nunca tenemos lo suficiente, nada nos sobra. Nuestro “dialogo interno” de todos los días esta anclado en lo que queremos poseer obsesivamente. La propiedad privada, la libre empresa, la economía, el Mercado, la globalización le están ganando la partida a lo divino y a lo sagrado, a lo místico y a lo espiritual. Lo finito e irreal, sobre lo eterno y aparente. La mentira sobre lo verdad, lo negativo sobre lo positivo. El Tener sobre el Ser.
Los “adoradores del becerro de oro”… “los mercaderes”, los dueños del dinero y de los medios de información se han apoderado del “TEMPLO”.
Es muy revelador que en las enseñanzas de Jesucristo, quien llevó una vida de templanza, pureza y amor. La única vez en su vida que se llenó de indignación y usó la fuerza y la violencia… FUE PARA SACAR A LOS MERCADERES DEL TEMPLO. ¡La nada se está acabando todo!
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